¿Suprimir la telebasura? ¿Sólo suprimirla? Eso es poco. Habría que
extirparla, erradicarla, demolerla, fulminarla, destruirla, aniquilarla,
arrasarla y, si me apuran, hasta regurgitarla y defecarla. Delenda est telebasura. Arranquémosla de cuajo hasta los cimientos,
prendamos fuego a sus techos y paredes y, finalmente, arrojemos sal sobre sus
humeantes y calcinados restos para que jamás vuelva a surgir vida de entre esos
repugnantes despojos.
Lamentablemente, estamos en una democracia, en un régimen de libertades
(confío en que se capte la ironía de ese «lamentablemente») y resulta imposible
la adopción de medidas tan expeditivas como necesarias, cual pudiera ser el
envío de la división acorazada Brunete para que laminara algunos platós de
televisión. Por la misma razón, tampoco el Gobierno tiene las herramientas
apropiadas para acabar con este peligroso fenómeno. Las sociedades capitalistas
no ven con buenos ojos que se coarte a golpe de decreto ley el inalienable
derecho de una empresa a ofrecer porquería a sus clientes.
Hay, pues, que encontrar otros métodos para eliminar esta repugnante
marea que surge de las pantallas. El primero, sin duda, es el de la educación.
Una persona educada y con cierto criterio puede enredarse ocasionalmente en
alguna de estas apestosas algas, pero jamás quedará atrapado en ellas. Por el
contrario, hay que convenir que existen muchas posibilidades de que los jóvenes
que hoy berrean en el estudio de Crónicas Marcianas, mañana sigan haciéndolo.
Cuantas más personas inteligentes y rectamente formadas haya, menos telebasura
habrá.
1. Indica la intención comunicativa (tema)
2. Organización de ideas.
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