2. Exposición teórica:
La celestina constituye una de las cimas de la literatura española. Se trata de una obra singular, escrita en el tránsito entre la Edad Media y Renacimiento.
1. Autoría y composición:
En
uno de los textos preliminares de La
Celestina (el prólogo del autor “a un su amigo”), Rojas afirma haber
encontrado el primer acto de una obra anónima que por sus cualidades formales y
su carácter ejemplar, decidió continuar.
Se
habla por tanto de una doble autoría, por un lado el autor del primer acto, que
se decía que era o bien Juan de Mena o Rodrigo de Cota, y Fernando de Rojas del
resto de la obra.
La Celestina tuvo diferentes versiones, la primera de ellas
conocida como Comedia, formada por 16 actos, apareció en 1499. La segunda
llamada Tragicomedia, presenta ya los veintiún actos definitivos y fue
publicada hacia 1502. Los cambios introducidos entre ambas versiones son
significativos:
- Alargamiento de la historia amorosa: en la primera versión, los alumnos tiene solo un encuentro amoroso, y ya en la segunda se alarga este encuentro hasta llegar a un final desgraciado.
- Introducción de una nueva trama: la segunda versión incorpora la venganza urdida por las pupilas de Celestina tras la muerte de esta, con la ayuda de un nuevo personaje, Centurio.
2. Género de La Celestina:
La
estructura dialogada de la obra, sin la intervención de ningún narrador, la
división en actos y en escenas, y el empleo de técnicas dramáticas (monólogos,
apartes…), han llevado a considerar que es una obra dramática. Sin embargo, se
concluyó que no era una obra para ser representadas, sino para ser leída en voz
alta.
Se
ha pensado también que es un ejemplo de novela dialogada que presenta elementos
en común con la ficción sentimental, pero más cercana a la novela moderna.
Pero
La Celestina, se inscribe en realidad
en la tradición de la comedia humanística, género cultivado en los ambientes
académicos del siglo XV. Se trata de obras concebidas para la lectura
dramatizada, que se inspiraban en las comedias de Plauto y Terencio, y se
escribían normalmente en latín. La
Celestina podría entenderse como una comedia humanística en lengua vulgar.
3. Argumento y estructura:
La
trama de La Celestina se organiza en
tres partes, tal como se recoge en el siguiente cuadro:
PLANTEAMIENTO
(acto I)
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En la primera escena, Calisto,
un joven perteneciente a la nobleza, expresa a Melibea su amor de manera
desaforada, y es, de inmediato rechazado por esta. De regreso a casa,
transmite su dolor a Sempronio, su criado, quien le sugiere recurrir a una
alcahueta llamada Celestina. Sempronio y Celestina (también Pármeno), se
confabulan para sacar provecho económico de la pasión desmesurada de Calisto,
que entrega a Celestina un adelanto de cien monedas de oro pos sus servicios.
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DESARROLLO
(actos II-XIX)
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ACTOS
II-XII
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Celestina acude a casa de
Melibea con un hilado sobre el que ha realizado un conjuro. La magia de este
y las palabras de la alcahueta consiguen vencer la voluntad de la doncella,
que finalmente acepta citarse con Calisto. Celestina celebra el triunfo con
un almuerzo al que acuden los criados Sempronio, Pármeno y sus respectivas
amantes, Elicia y Areúsa, dos jóvenes prostitutas pupilas de la alcahueta. La
vieja, que ha recibido una cadena de oro de Calisto, se niega a compartir las
ganancias con sus cómplices y estos, en un arranque de furor, la matan. Mientras,
los amantes se encuentran a medianoche a través de la verja del jardín.
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ACTOS
XIII-XIX
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A la mañana siguiente,
Sempronio y Pármeno son apresados y ajusticiados por el crimen cometido,
Calisto contrata a dos nuevos criados: Tristán y Sosia, y esa misma noche
tiene su primer encuentro erótico con Melibea. Elicia y Areúsa, para vengar
la muerte de sus amantes, piden al rufián Centurio que mate a Calisto. No
será necesario ya que Calisto muere accidentalmente al caer de la tapia del
jardín de Melibea en uno de sus otros encuentros.
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CONCLUSIÓN
(actos XX-XXI)
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El padre de Melibea, Pleberio,
es alertado por su criada Lucrecia del sufrimiento de su hija, cuya causa aún
ignora. Melibea se encierra en lo alto de una torre de la casa y desde allí
cuenta a su padre su historia de amor con Calisto, y la desesperación que
siente por su muerte. Después, la joven se suicida arrojándose al vacío. Pleberio
pronuncia entonces un extenso planto o lamento ante el cadáver de su hija,
con el que se cierra la obra.
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4. Personajes:
Aunque
todos los personajes de la obra tienen antecedentes literarios, los autores
recrean tales arquetipos de manera original. Dos aspectos resultan radicalmente
novedosos: la atención y el trato singularizado que reciben los personajes de
baja condición social, y la evolución de algunos de ellos a lo largo de la
obra, circunstancia que les aporta verosimilitud psicológica. Los personajes se
agrupan en tres grupos:
- El mundo de los señores: Calisto, Melibea, Pleberio y Alisa.
- Calisto: noble ocioso, esclavo de sus pasiones, impaciente e indiscreto. Se muestra obsesionado por alcanzar el amor de Melibea. Constituye una parodia del amor cortés por su comportamiento y palabras, por lo que a veces resulta ridículo.
- Melibea: ama a Calisto y lo demuestra con su suicidio. Es hermosa, enérgica y apasionada. Su evolución desde el rechazo, hasta caer rendida por Calisto, explica el poder de la magia y la capacidad persuasiva de Celestina.
- Pleberio y Alisa: los padres de Melibea solo cobran importancia en el último tramo de la obra, en particular cuando se suicida Melibea y Pleberio realiza un planto final donde presenta su visión del mundo.
- El mundo de los criados: Sempronio y Pármeno
- Sempronio: lejos del arquetipo de criado servicial, da muestras desde el principio de desprecio hacia su amo. Se trata de un personaje contradictorio, violento y débil, a quien pierde finalmente la codicia.
- Pármeno: adolescente avergonzado de sus orígenes (su madre fue prostituta y bruja. Guarda en principio lealtad a Calisto. Evoluciona y es uno de los personajes más complejos.
- El mundo marginal: Celestina y Elicia y Areúsa (Centurión también en la versión de 1502)
- Celestina: aparece solo en los 12 primeros actos, se sitúa en el centro del entramado de la obra. Es brillante e inteligente con voluntad de dominio sobre el resto de personajes. Otros rasgos son la hipocresía, orgullo profesional…
- Elicia y Areúsa: son las discípulas de Celestina y amantes de Sempronio y Pármeno. Elicia tiene un carácter más pasivo y conformista, mientras que Areúsa muestra mayor iniciativa.
5. Aspectos formales:
La
Celestina presenta los siguientes rasgos característicos:
- Intención paródica: lo vemos a través de Calisto, que representa una parodia del amor cortés.
- Importancia de la lengua: el lenguaje que utilizan los personajes está cargado de recursos estilísticos, alusiones históricas o mitológicas, refranes y sentencias, tomadas principalmente de Séneca y Petrarca. Esta variabilidad nos refleja el habla real de la época.
- Técnicas dramáticas: aparecen elementos propios de textos dramáticos como por ejemplo, diálogos, monólogos, apartes y procedimientos de acotación.
6. Interpretación:
PLANTO DE PLEBERIO:
PLEBERIO.- ¡Ay, ay, noble mujer! Nuestro gozo en
el pozo, nuestro bien todo es perdido. ¡No queramos más vivir! Y por que el
incogitado dolor te dé más pena, todo junto sin pensarle, por que más presto
vayas al sepulcro, por que no llore yo solo la pérdida dolorida de entrambos,
ves allí a la que tú pariste y yo engendré hecha pedazos. La causa supe de
ella; más la he sabido por extenso de esta su triste sirvienta. Ayúdame a
llorar nuestra llagada postrimería. ¡Oh gentes que venís a mi dolor! ¡Oh amigos
y señores, ayudadme a sentir mi pena! ¡Oh mi hija y mi bien todo! Crueldad
sería que viva yo sobre ti. Más dignos eran mis sesenta años de la sepultura
que tus veinte. Turbose la orden del morir con la tristeza que te aquejaba. ¡Oh
mis canas, salidas para haber pesar, mejor gozara de vosotras la tierra que de
aquellos rubios cabellos, que presentes veo! Fuertes días me sobran para vivir,
quejarme he de la muerte, incusarle he su dilación cuanto tiempo me dejare solo
después de ti. Fálteme la vida, pues me faltó tu agradable compañía. ¡Oh mujer
mía! Levántate de sobre ella y, si alguna vida te queda, gástala conmigo en
tristes gemidos, en quebrantamiento y suspirar. Y si por caso tu espíritu
reposa con el suyo, si ya has dejado esta vida de dolor, ¿por qué quisiste que
lo pase yo todo? En esto tenéis ventaja las hembras a los varones, que puede un
gran dolor sacaros del mundo sin lo sentir, o a lo menos perdéis el sentido,
que es parte de descanso. ¡Oh duro corazón de padre! ¿Cómo no te quiebras de
dolor, que ya quedas sin tu amada heredera? ¿Para quién edifiqué torres? ¿Para
quién adquirí honras? ¿Para quién planté árboles? ¿Para quién fabriqué navíos?
¡Oh tierra dura!, ¿cómo me sostienes? ¿A dónde hallará abrigo mi desconsolada
vejez?
¡Oh fortuna variable, ministra y mayordoma de los temporales bienes!, ¿por qué no ejecutaste tu cruel ira, tus mudables ondas, en aquello que a ti es sujeto? ¿Por qué no destruiste mi patrimonio? ¿Por qué no quemaste mi morada? ¿Por qué no asolaste mis grandes heredamientos? Dejárasme aquella florida planta, en quien tú poder no tenías; diérasme, fortuna fluctuosa, triste la mocedad con vejez alegre, no pervirtieras la orden. Mejor sufriera persecuciones de tus engaños en la recia y robusta edad que no en la flaca postrimería. ¡Oh vida de congojas llena, de miserias acompañada! ¡Oh mundo, mundo! Muchos mucho de ti dijeron, muchos en tus cualidades metieron la mano, a diversas cosas por oídas te compararon. Yo por triste experiencia lo contaré como a quien las ventas y compras de tu engañosa feria no prósperamente sucedieron, como aquel que mucho ha hasta ahora callado tus falsas propiedades por no encender con odio tu ira, por que no me secases sin tiempo esta flor, que este día echaste de tu poder. Pues ahora, sin temor, como quien no tiene qué perder, como aquel a quien tu compañía es ya enojosa, como caminante pobre que, sin temor de los crueles salteadores, va cantando en alta voz. Yo pensaba en mi más tierna edad que eras y eran tus hechos regidos por alguna orden. Ahora, visto el pro y la contra de tus bienandanzas, me pareces un laberinto de errores, un desierto espantable, una morada de fieras, juego de hombres que andan en corro, laguna llena de cieno, región llena de espinas, monte alto, campo pedregoso, prado lleno de serpientes, huerto florido y sin fruto, fuente de cuidados, río de lágrimas, mar de miserias, trabajo sin provecho, dulce ponzoña, vana esperanza, falsa alegría, verdadero dolor. Cébasnos, mundo falso, con el manjar de tus deleites; al mejor sabor nos descubres el anzuelo; no lo podemos huir, que nos tiene ya cazadas las voluntades. Prometes mucho, nada no cumples; échasnos de ti por que no te podamos pedir que mantengas tus vanos prometimientos. Corremos por los prados de tus viciosos vicios, muy descuidados, a rienda suelta; descúbresnos la celada cuando ya no hay lugar de volver. Muchos te dejaron con temor de tu arrebatado dejar; bienaventurados se llamarán cuando vean el galardón que a este triste viejo has dado en pago de tan largo servicio. Quiébrasnos el ojo y úntasnos con consuelo el casco. Haces mal a todos, por que ningún triste se halle solo en ninguna adversidad, diciendo que es alivio a los míseros, como yo, tener compañeros en la pena. Pues desconsolado, viejo, ¡qué solo estoy! Yo fui lastimado sin haber igual compañero de semejante dolor, aunque más en mi fatigada memoria revuelvo presentes y pasados. Que si aquella severidad y paciencia de Paulo Emilio me viniere a consolar con pérdida de dos hijos muertos en siete días, diciendo que su animosidad obró que consolase él al pueblo romano y no el pueblo a él, no me satisface, que otros dos le quedaban dados en adopción. ¿Qué compañía me tendrán en mi dolor aquel Pericles, capitán ateniense, ni el fuerte Jenofón, pues sus pérdidas fueron de hijos ausentes de sus tierras? Ni fue mucho no mudar su frente y tenerla serena, y el otro responder al mensajero, que las tristes albricias de la muerte de su hijo le venía a pedir, que no recibiese él pena, que él no sentía pesar. Que todo esto bien diferente es a mi mal. Pues menos podrás decir, mundo lleno de males, que fuimos semejantes en pérdida aquel Anaxágoras y yo, que seamos iguales en sentir, y que responda yo, muerta mi amada hija, lo que él a su único hijo, que dijo: «como yo fuese mortal, sabía que había de morir el que yo engendraba». Porque mi Melibea mató a sí misma de su voluntad a mis ojos con la gran fatiga de amor que la aquejaba; el otro matáronle en muy lícita batalla. ¡Oh incomparable pérdida! ¡Oh lastimado viejo! Que cuanto más busco consuelos, menos razón hallo para me consolar. Que si el profeta y rey David al hijo que enfermo lloraba, muerto no quiso llorar, diciendo que era cuasi locura llorar lo irrecuperable, quedábanle otros muchos con que soldase su llaga. Y yo no lloro, triste, a ella muerta, pero la causa desastrada de su morir. Ahora perderé contigo, mi desdichada hija, los miedos y temores que cada día me espavorecían. Sola tu muerte es la que a mí me hace seguro de sospecha. ¿Qué haré cuando entre en tu cámara y retraimiento y la halle sola? ¿Qué haré de que no me respondas si te llamo? ¿Quién me podrá cubrir la gran falta que tú me haces? Ninguno perdió lo que yo el día de hoy, aunque algo conforme parecía la fuerte animosidad de Lambas de Auria, duque de los atenienses, que a su hijo herido con sus brazos desde la nao echó en la mar. Porque todas éstas son muertes que, si roban la vida, es forzado de cumplir con la fama. Pero, ¿quién forzó a mi hija a morir, sino la fuerte fuerza de amor? Pues, mundo halaguero, ¿qué remedio das a mi fatigada vejez? ¿Cómo me mandas quedar en ti conociendo tus falacias, tus lazos, tus cadenas y redes, con que pescas nuestras flacas voluntades? ¿A dó me pones mi hija? ¿Quién acompañará mi desacompañada morada? ¿Quién tendrá en regalos mis años, que caducan? ¡Oh amor, amor!, que no pensé que tenías fuerza ni poder de matar a tus sujetos. Herida fue de ti mi juventud, por medio de tus brasas pasé, ¿cómo me soltaste para me dar la paga de la huida en mi vejez? Bien pensé que de tus lazos me había librado los cuarenta años toqué, cuando fui contento con mi conyugal compañera, cuando me vi con el fruto que me cortaste el día de hoy. No pensé que tomabas en los hijos la venganza de los padres. Ni sé si hieres con hierro ni si quemas con fuego. Sana dejas la ropa, lastimas el corazón. Haces que feo amen y hermoso les parezca. ¿Quién te dio tanto poder? ¿Quién te puso nombre que no te conviene? Si amor fueses, amarías a tus sirvientes. Si los amases, no les darías pena. Si alegres viviesen, no se matarían como ahora mi amada hija. ¿En qué pararon tus sirvientes y sus ministros? La falsa alcahueta Celestina murió a manos de los más fieles compañeros que ella para tu servicio emponzoñado jamás halló. Ellos murieron degollados. Calisto, despeñado. Mi triste hija quiso tomar la misma muerte por seguirle. Esto todo causas. Dulce nombre te dieron; amargos hechos haces. No das iguales galardones; inicua es la ley que a todos igual no es. Alegra tu sonido; entristece tu trato. Bienaventurados los que no conociste o de los que no te curaste. Dios te llamaron otros, no sé con qué error de su sentido traídos. Cata que Dios mata los que crió; tú matas los que te siguen. Enemigo de toda razón, a los que menos te sirven das mayores dones, hasta tenerlos metidos en tu congojosa danza. Enemigo de amigos, amigo de enemigos, ¿por qué te riges sin orden ni concierto? Ciego te pintan, pobre y mozo. Pónente un arco en la mano con que tires a tiento; más ciegos son tus ministros, que jamás sienten ni ven el desabrido galardón que se saca de tu servicio. Tu fuego es de ardiente rayo, que jamás hace señal do llega. La leña que gasta tu llama son almas y vidas de humanas criaturas, las cuales son tantas, que de quien comenzar pueda apenas me ocurre, no sólo de cristianos, mas de gentiles y judíos, y todo en pago de buenos servicios. ¿Qué me dirás de aquel Macías de nuestro tiempo, cómo acabó amando, cuyo triste fin tú fuiste la causa? ¿Qué hizo por ti Paris? ¿Qué Helena? ¿Qué hizo Hipermestra? ¿Qué Egisto? Todo el mundo lo sabe. Pues a Safo, Ariadna, Leandro, ¿qué pago les diste? Hasta David y Salomón no quisiste dejar sin pena. Por tu amistad Sansón pagó lo que mereció, por creerse de quien tú le forzaste a darle fe. Otros muchos que callo porque tengo harto que contar en mi mal. Del mundo me quejo porque en sí me crió; porque, no me dando vida, no engendrara en él a Melibea; no nacida, no amara; no amando, cesara mi quejosa y desconsolada postrimería. ¡Oh mi compañera buena! ¡Oh mi hija despedazada! ¿Por qué no quisiste que estorbase tu muerte? ¿Por qué no hubiste lástima de tu querida y amada madre? ¿Por qué te mostraste tan cruel con tu viejo padre? ¿Por qué me dejaste cuando yo te había de dejar? ¿Por qué me dejaste penado? ¿Por qué me dejaste triste y solo in hac lachrymarum valle?
¡Oh fortuna variable, ministra y mayordoma de los temporales bienes!, ¿por qué no ejecutaste tu cruel ira, tus mudables ondas, en aquello que a ti es sujeto? ¿Por qué no destruiste mi patrimonio? ¿Por qué no quemaste mi morada? ¿Por qué no asolaste mis grandes heredamientos? Dejárasme aquella florida planta, en quien tú poder no tenías; diérasme, fortuna fluctuosa, triste la mocedad con vejez alegre, no pervirtieras la orden. Mejor sufriera persecuciones de tus engaños en la recia y robusta edad que no en la flaca postrimería. ¡Oh vida de congojas llena, de miserias acompañada! ¡Oh mundo, mundo! Muchos mucho de ti dijeron, muchos en tus cualidades metieron la mano, a diversas cosas por oídas te compararon. Yo por triste experiencia lo contaré como a quien las ventas y compras de tu engañosa feria no prósperamente sucedieron, como aquel que mucho ha hasta ahora callado tus falsas propiedades por no encender con odio tu ira, por que no me secases sin tiempo esta flor, que este día echaste de tu poder. Pues ahora, sin temor, como quien no tiene qué perder, como aquel a quien tu compañía es ya enojosa, como caminante pobre que, sin temor de los crueles salteadores, va cantando en alta voz. Yo pensaba en mi más tierna edad que eras y eran tus hechos regidos por alguna orden. Ahora, visto el pro y la contra de tus bienandanzas, me pareces un laberinto de errores, un desierto espantable, una morada de fieras, juego de hombres que andan en corro, laguna llena de cieno, región llena de espinas, monte alto, campo pedregoso, prado lleno de serpientes, huerto florido y sin fruto, fuente de cuidados, río de lágrimas, mar de miserias, trabajo sin provecho, dulce ponzoña, vana esperanza, falsa alegría, verdadero dolor. Cébasnos, mundo falso, con el manjar de tus deleites; al mejor sabor nos descubres el anzuelo; no lo podemos huir, que nos tiene ya cazadas las voluntades. Prometes mucho, nada no cumples; échasnos de ti por que no te podamos pedir que mantengas tus vanos prometimientos. Corremos por los prados de tus viciosos vicios, muy descuidados, a rienda suelta; descúbresnos la celada cuando ya no hay lugar de volver. Muchos te dejaron con temor de tu arrebatado dejar; bienaventurados se llamarán cuando vean el galardón que a este triste viejo has dado en pago de tan largo servicio. Quiébrasnos el ojo y úntasnos con consuelo el casco. Haces mal a todos, por que ningún triste se halle solo en ninguna adversidad, diciendo que es alivio a los míseros, como yo, tener compañeros en la pena. Pues desconsolado, viejo, ¡qué solo estoy! Yo fui lastimado sin haber igual compañero de semejante dolor, aunque más en mi fatigada memoria revuelvo presentes y pasados. Que si aquella severidad y paciencia de Paulo Emilio me viniere a consolar con pérdida de dos hijos muertos en siete días, diciendo que su animosidad obró que consolase él al pueblo romano y no el pueblo a él, no me satisface, que otros dos le quedaban dados en adopción. ¿Qué compañía me tendrán en mi dolor aquel Pericles, capitán ateniense, ni el fuerte Jenofón, pues sus pérdidas fueron de hijos ausentes de sus tierras? Ni fue mucho no mudar su frente y tenerla serena, y el otro responder al mensajero, que las tristes albricias de la muerte de su hijo le venía a pedir, que no recibiese él pena, que él no sentía pesar. Que todo esto bien diferente es a mi mal. Pues menos podrás decir, mundo lleno de males, que fuimos semejantes en pérdida aquel Anaxágoras y yo, que seamos iguales en sentir, y que responda yo, muerta mi amada hija, lo que él a su único hijo, que dijo: «como yo fuese mortal, sabía que había de morir el que yo engendraba». Porque mi Melibea mató a sí misma de su voluntad a mis ojos con la gran fatiga de amor que la aquejaba; el otro matáronle en muy lícita batalla. ¡Oh incomparable pérdida! ¡Oh lastimado viejo! Que cuanto más busco consuelos, menos razón hallo para me consolar. Que si el profeta y rey David al hijo que enfermo lloraba, muerto no quiso llorar, diciendo que era cuasi locura llorar lo irrecuperable, quedábanle otros muchos con que soldase su llaga. Y yo no lloro, triste, a ella muerta, pero la causa desastrada de su morir. Ahora perderé contigo, mi desdichada hija, los miedos y temores que cada día me espavorecían. Sola tu muerte es la que a mí me hace seguro de sospecha. ¿Qué haré cuando entre en tu cámara y retraimiento y la halle sola? ¿Qué haré de que no me respondas si te llamo? ¿Quién me podrá cubrir la gran falta que tú me haces? Ninguno perdió lo que yo el día de hoy, aunque algo conforme parecía la fuerte animosidad de Lambas de Auria, duque de los atenienses, que a su hijo herido con sus brazos desde la nao echó en la mar. Porque todas éstas son muertes que, si roban la vida, es forzado de cumplir con la fama. Pero, ¿quién forzó a mi hija a morir, sino la fuerte fuerza de amor? Pues, mundo halaguero, ¿qué remedio das a mi fatigada vejez? ¿Cómo me mandas quedar en ti conociendo tus falacias, tus lazos, tus cadenas y redes, con que pescas nuestras flacas voluntades? ¿A dó me pones mi hija? ¿Quién acompañará mi desacompañada morada? ¿Quién tendrá en regalos mis años, que caducan? ¡Oh amor, amor!, que no pensé que tenías fuerza ni poder de matar a tus sujetos. Herida fue de ti mi juventud, por medio de tus brasas pasé, ¿cómo me soltaste para me dar la paga de la huida en mi vejez? Bien pensé que de tus lazos me había librado los cuarenta años toqué, cuando fui contento con mi conyugal compañera, cuando me vi con el fruto que me cortaste el día de hoy. No pensé que tomabas en los hijos la venganza de los padres. Ni sé si hieres con hierro ni si quemas con fuego. Sana dejas la ropa, lastimas el corazón. Haces que feo amen y hermoso les parezca. ¿Quién te dio tanto poder? ¿Quién te puso nombre que no te conviene? Si amor fueses, amarías a tus sirvientes. Si los amases, no les darías pena. Si alegres viviesen, no se matarían como ahora mi amada hija. ¿En qué pararon tus sirvientes y sus ministros? La falsa alcahueta Celestina murió a manos de los más fieles compañeros que ella para tu servicio emponzoñado jamás halló. Ellos murieron degollados. Calisto, despeñado. Mi triste hija quiso tomar la misma muerte por seguirle. Esto todo causas. Dulce nombre te dieron; amargos hechos haces. No das iguales galardones; inicua es la ley que a todos igual no es. Alegra tu sonido; entristece tu trato. Bienaventurados los que no conociste o de los que no te curaste. Dios te llamaron otros, no sé con qué error de su sentido traídos. Cata que Dios mata los que crió; tú matas los que te siguen. Enemigo de toda razón, a los que menos te sirven das mayores dones, hasta tenerlos metidos en tu congojosa danza. Enemigo de amigos, amigo de enemigos, ¿por qué te riges sin orden ni concierto? Ciego te pintan, pobre y mozo. Pónente un arco en la mano con que tires a tiento; más ciegos son tus ministros, que jamás sienten ni ven el desabrido galardón que se saca de tu servicio. Tu fuego es de ardiente rayo, que jamás hace señal do llega. La leña que gasta tu llama son almas y vidas de humanas criaturas, las cuales son tantas, que de quien comenzar pueda apenas me ocurre, no sólo de cristianos, mas de gentiles y judíos, y todo en pago de buenos servicios. ¿Qué me dirás de aquel Macías de nuestro tiempo, cómo acabó amando, cuyo triste fin tú fuiste la causa? ¿Qué hizo por ti Paris? ¿Qué Helena? ¿Qué hizo Hipermestra? ¿Qué Egisto? Todo el mundo lo sabe. Pues a Safo, Ariadna, Leandro, ¿qué pago les diste? Hasta David y Salomón no quisiste dejar sin pena. Por tu amistad Sansón pagó lo que mereció, por creerse de quien tú le forzaste a darle fe. Otros muchos que callo porque tengo harto que contar en mi mal. Del mundo me quejo porque en sí me crió; porque, no me dando vida, no engendrara en él a Melibea; no nacida, no amara; no amando, cesara mi quejosa y desconsolada postrimería. ¡Oh mi compañera buena! ¡Oh mi hija despedazada! ¿Por qué no quisiste que estorbase tu muerte? ¿Por qué no hubiste lástima de tu querida y amada madre? ¿Por qué te mostraste tan cruel con tu viejo padre? ¿Por qué me dejaste cuando yo te había de dejar? ¿Por qué me dejaste penado? ¿Por qué me dejaste triste y solo in hac lachrymarum valle?